domingo, 19 de octubre de 2014

El Primer Paquete V: Los primeros tiempos en Buenos Aires

El Primer Paquete V
Cuadro de Luis Ferrer, Paysandú, Uruguay
Los primeros tiempos en Buenos Aires

La bestialidad
Veníamos de Carmelo, que fue despertando lentamente de su pacífica siesta subtropical desde unos seis años antes, para ser sacudido profundamente por la fractura sísmica que implicó el aquelarre infernal de torturas, violaciones y despojos de enero hasta febrero del ´74 que cometieron los militares uruguayos de la zona.
Nunca pude comprender claramente el porqué de ese siniestro operativo represivo. Uno de los defectos de la tortura es que, si se ejerce sobre alguien inocente, puede dar resultados ilógicos e inesperados. Cualquiera que no tiene ninguna relación con lo que inquieren, bajo apremios brutales, choques eléctricos llamados "picana", inmersión en agua hasta el borde del ahogo, llamado "submarino" o simplemente "tacho" va naturalmente a firmar lo que le ofrezcan para ello y puede entregar a absolutamente cualquiera, del que tenga la mínima aprensión de que tenga alguna relación con lo investigado.
Tampoco puedo entender cabalmente como una persona, en este caso un militar, que viene de mi misma clase social y tiene esencialmente una formación y unos valores parecidos, puede caer en cometer tortura. ¿Por un sueldo, por ambición de ascender en la jerarquía...?
La tortura no es para nada una acción lírica y prístina. Está impregnada de olores a heces y a todas las excreciones humanas y bañada por las mismas, por el sudor, las lágrimas, la sangre, la saliva, la orina y los excrementos humanos, para no hablar de los ruidos: llantos, aullidos, gritos, lamentos... Quien acepta ejecutarla está mancillado por todos estos elementos. Si es que, como sostienen los militares actualmente, lo hicieron "para salvar a la patria" del monstruo comunista o socialista o tupamaro, ¿por qué entonces ahora ocultan y no asumen, hasta con orgullo, sus obras? Porque a esta altura negar que cometieron todas estas aberraciones es imposible. Ya hay varios hallazgos probatorios, como el del maestro Julio Castro, a quien nadie puede acusar de haber alguna vez empuñado un arma, de quien apareció su cráneo con dos balazos a corta distancia, además de miles y miles de testimonios de gente que padeció estos métodos. Estimo que, de los aproximadamente cincuenta que fueron masacrados en el cuartel de Colonia a principios del año 74, por lo menos cuarenta no tenían la más mínima relación con el movimiento tupamaro, aunque confesaron ser militantes del mismo y sufrieron los años de cárcel correspondientes.


Cuadro "Los Setenta III" de Luis Ferrer, Paysandú, Uruguay
La Llegada
Más que llegada fue una caída...de culo, pero zafamos de un verdadero infierno.
Luego de una corta estadía en el primer hotel que encontramos, tratamos de quedarnos unos días en la casa de una prima de Lir, pero el marido nos echó casi inmediatamente. Pero la prima nos ayudó, recomendándonos  un hotel barato en pleno centro de la capital y refiriéndonos a la oficina de ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados. No bien nos asentamos en el hotelito, fuimos a inscribirnos como refugiados en una iglesia bastante cercana.

El hotel y el diario Clarín
Se imponían dos tareas: buscar trabajo y alojamiento permanente, así que, como los anuncios del diario Clarín servían para ambas tareas, yo me levantaba todos los días a las dos o las tres de la mañana para ir a comprar este periódico y enseguida ponerme a buscar afanosamente algún cuchitril cuyo depósito y alquiler pudiéramos pagar y por otro lado algún trabajo.
Recorrimos varios lugares posibles, pero había una demanda enorme de departamentos, así que en todos los casos no pudimos concretar nada.
Parece que los uruguayos recién llegados vagábamos por las calles céntricas de la capital argentina como alma en pena, buscando algún rostro conocido, alguna voz amiga de nuestro país.
Fue así que me encontré con mi viejo compañero de estudios Mario. Mario era entonces un brillante profesor de matemática de la Universidad de la República y había sido contratado, junto con todo el equipo de colegas de Montevideo, en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. Todos sus colegas del instituto de matemática de la Facultad de Ingeniería habían quedado desempleados en Uruguay porque los militares habían decidido cerrar la universidad, que era única en el país en ese entonces, por todo el año. Otro de los profesores uruguayos había gestionado entonces trabajo docente para todo el equipo, aprovechando el hecho de que la Universidad de Buenos Aires tenía en ese momento una avidez tremenda por profesores capacitados debido al ingreso de nada menos que 80.000 estudiantes nuevos ese año. Sin duda la caída de la dictadura militar y las elecciones parlamentarias y presidenciales habían hecho germinar en la juventud ansias de estudiar y de vivir respirando un aire más democrático.
Mario me animó a presentarme a un concurso para profesores de matemática de la Facultad de Ingeniería de la universidad local. Era la única opción clara que tenía para conseguir un trabajo, así que me presenté. El resultado estuvo listo a los pocos días: aprobado.
Las clases comenzaban muy poco después, en el mes de marzo, así que muy pronto estaba instalado con mi pantalón único y mis zapatos de suela agujereada, dando clases de práctica en el local de la facultad en la calle Paseo Colón. Allí me encontré con algunos conocidos de la facultad correspondiente de Montevideo. Gonzalo siempre tenía el mate pronto en las oficinas de matemática, lo que le daba un matiz bien uruguayo a esos locales y me hacía sentir como en casa.
Aparte del trabajo, yo andaba como desesperado buscando a uruguayos conocidos que estaban en Buenos Aires, varios de ellos perseguidos como yo por los militares. Fui a ver al ex senador Erro, que había sido objeto de desafuero de la cámara por su defensa de la vigencia plena de la constitución y los derechos humanos. Erro había hecho formar una comisión con su nombre para investigar justamente los sucesos de Mercedes en que yo había caído preso, pensando que, debido a la cantidad de procesados, habrían sobrevenido torturas, como efectivamente había sido.
También fui a hablar con Carlevaro, ex decano de la Facultad de Medicina de la  universidad uruguaya. Creo que esperaba que me dieran ánimo para afrontar el exilio y compartir el repudio a los métodos brutales de los militares  uruguayos.

Eduardo
En la búsqueda tenaz de un lugar donde ir a vivir con mi compañera e Ismael, fuimos a conectar a Eduardo, un amigo de Ruthita, la hermana de Lir.
Hacía pocos días que había fallecido su padre, que vivía solo con él en el barrio San Fernando, a orillas de uno de los brazos del delta del poderoso río Paraná. Su hermano con su esposa e hijos, había decidido irse a vivir a la casa paterna, junto con Eduardo, para que éste no estuviera tan solo.
Como su hermano tenía un apartamento en la localidad vecina de Tigre, éste iba a quedar desocupado y pronto arreglamos para ocuparlo con mi pequeña familia. Fue maravilloso, como caído del cielo, después de la fuga, la estadía en el hotel y el peregrinaje nocturno en busca de alojamiento en las páginas del diario Clarín.

Cuadro "Los Setenta II" de Luis Ferrer, Paysandú, Uruguay
El apartamento de la calle Tacuarí, Tigre
El apartamento era en planta baja de un edificio de unos cuatro pisos. Era bastante nuevo  y confortable. La familia del hermano de Eduardo nos dejaba casi todos los muebles y electrodomésticos: ¡era fantástico!
Si bien quedaba a una hora de tren pendular del centro de la capital, era de todos modos un lugar donde podíamos vivir tranquilo, ciertamente mucho más que si nos hubiéramos quedado dentro de los límites de la capital.
Rápidamente lo ocupamos y arreglamos con el dueño para hacerle la entrega usual de dinero para la entrada y el monto del alquiler.

En la Facultad
Para ir a mi trabajo en el local de la Facultad de Ingeniería en la calle Paseo Colón, en pleno centro, tenía que tomar un tren hasta la estación Retiro, viaje de una hora, y de allí un ómnibus más cuyo recorrido llevaba unos diez o quince minutos más. Pero no importaba. Teníamos casa y yo tenía mi trabajo; la vida comenzaba a sonreír otra vez. Encontramos un jardín de infantes para Ismael bien cerca y nos hicimos amigos de Maru, la prima de Eduardo que vivía unos pisos más arriba en el mismo edificio. Ella nos ayudó mucho, y a veces se quedaba cuidando a Ismael en su casa cuando nosotros teníamos que salir los dos.
Yo trabajaba junto con dos colegas a cargo de un grupo de práctica del primer año de la facultad. Era un grupo enorme, de unos sesenta alumnos, pero las clases fluían suavemente y los alumnos eran todos muy agradables, a pesar de mi precaria indumentaria. Se notaba que querían aprender y aceptaban nuestra tutoría de buen grado, preguntaban y mostraban su respeto.
Puesto que la universidad había quedado en manos de la izquierda del triunfador partido peronista, los docentes y funcionarios argentinos con quienes teníamos contacto, eran afines a dicho sector político y por ende amigables con los uruguayos a quienes sentían ideológicamente cerca y con quienes eran solidarios también porque habíamos sufrido el cierre de nuestra  universidad.
Había algunos personajes legendarios de la historia de la izquierda argentina. Recuerdo a una colega que era sobreviviente de la guerrilla de Taco Ralo, una localidad de la provincia norteña tropical de Tucumán, llena de bosque autóctono, donde dicho grupo guerrillero pensó en asentarse, para ser luego derrotado y tomados prisioneros o muertos sus integrantes.
Un inconveniente resultó que la esposa del hermano de Eduardo, la anterior ocupante de nuestro apartamento, se enojó con nosotros un buen día y se llevó todas sus pertenencias, así que nos quedamos sin electrodomésticos y sin cama matrimonial. Creo que quedaron un par de camitas de niño y el juego de comedor que pertenecía al padre de Eduardo.

Juan
Tuve la alegría de tener en mi equipo docente a Juan. Pese a su nombre de gaucho rebelde, Juan era un compañero y colega bondadoso, solidario y sencillo. Tenía apenas unos veinte años y había venido a Buenos Aires por el mismo motivo que los profesores: los militares había clausurado la  universidad uruguaya,  para tratar de continuar sus estudios de ingeniería y también se había presentado al mismo concurso en que  yo intervine.
Compartíamos las clases de matemática, largas caminatas por la inmensa ciudad y luego Juan frecuentaba nuestro hogar de la calle Tacuarí, en el Tigre. También muchas veces estudiábamos y preparábamos nuestras clases.

El profesor Sadosky
El afamado profesor Manuel Sadosky también nos acogió a los uruguayos con los brazos abiertos y fue como un padre-colega para todos nosotros. Sadosky había sido profesor de la universidad de Córdoba cuando la llamada "Noche de los Bastones Largos". En una protesta universitaria contra el régimen opresivo, los uniformados se había equipado con bastones largos especialmente para ese evento y repartieron garrotazos con ellos a todos los manifestantes, estudiantes y hasta docentes.
Luego de ésto, Sadosky había tomado el camino de exilio, como tantos otros latinoamericanos en esas épocas, para Uruguay, donde trabó o reafirmó muchas relaciones y contrajo cariño por el pueblo y los colegas uruguayos. Cuando retornó a su Argentina conquistó merecidamente posiciones de gran responsabilidad y en ese período ocupaba un alto puesto universitario. En su casa siempre éramos bien recibidos y nos acogía con palabras de aliento bien necesarias en esos momentos difíciles.

Rodrigo
En el departamento de matemática conocí a Rodrigo. Él era un compañero tupamaro que había estado preso en el penal de Libertad hasta recientemente, cosa que se notaba por su pelo bien corto, apenas saliendo del rapado a que sometían los carceleros a los presos políticos.
Rodrigo se  había casado con su esposa Judith, estudiante de matemática entonces, en el propio penal. A su matrimonio permitieron concurrir a varios de los colegas del cuerpo docente de la facultad de ingeniería y amigos de la pareja. Él, como los otros que venían del departamento de matemática de la facultad montevideana, tenían méritos importantes y pasaron a ocupar cargos correspondientes a sus conocimientos también en Buenos Aires.
Era casi obligado que yo también cursara estudios universitarios en Buenos Aires, a causa de mi pequeño cargo docente, así que me inscribí en la Facultad de Ciencias, especialidad matemática y comencé a dar exámenes, llegando a aprobar algunos. Tanto mi carrera docente como mis estudios universitarios se vieron quebrados más adelante, por causas que pasaré más tarde a relatar.


Ricardo Ferré
Octubre de 2014

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