El Primer Paquete III
El primer Día de Los Trabajadores
Todo había empezado cuando salimos mi compañera Lir y yo
de prisión.
Ella estaba en un establecimiento especial para mujeres que no habían sido
procesadas, o sea que en general, habiendo sido sometidas a juez competente,
éste no había encontrado motivo para procesarlas, en otras palabras: desde el
punto de vista legal eran inocentes.
Pero una ley llamada de Medidas Prontas de Seguridad permitía de todos modos al
Poder Ejecutivo, representado por los militares a cuyo cargo estaba la
represión, de retenerlas privadas de libertad. En ese lugar se encontraban también
veteranas tupamaras que habían cumplido su período de prisión, según el juez,
pero allí estaban a criterio de los militares. Podían estar también
aquellas que simplemente fueran consideradas sospechosas de actividades
ilícitas.
Las personalidades, grados de experiencia de lucha y grados de compromiso con
los principios revolucionarios eran harto heterógeneos.
Algunas tenían a sus hijos consigo, niños presos, algunos de ellos nacidos en
prisión, y otras eran muy jóvenes. Tenían sus reuniones y sus actividades
colectivas tales como manualidades, etc.
Aproximadamente luego de un año de que Lir estaba presa, los militares, que ya
tenían el poder del gobierno, para congraciarse con el pueblo, decidieron
impulsar medidas de liberalización, entre otras dejar en libertad a las
personas no procesadas y a aquellas que los jueces consideraran que habían
cumplido su período razonable de prisión. La consigna de las compañeras fue
entonces, la de hacer solicitar la libertad de todas sus parejas que estuvieran
aún en prisión y tuvieran posibilidad de conseguir el aval del juez.
Entre esas estaba yo. Tenía una sentencia mínima que era excarcelable a los dos
o tres meses. Todos pensaban que esta sentencia no era razonable, puesto que yo
había reclutado a varios de los compañeros que estaban aún, o que habían estado
en la cárcel conmigo y debía, entonces tener mayor antigüedad en la militancia
clandestina. Por eso mi abogada no había pedido mi libertad ante el juez aún,
pues pensaba que los militares me iban a encarcelar aplicando la ley
discrecional vigente y que, entonces, iba a quedar en sus manos, pronto para
ser torturado no bien creyeran que tenía alguna información que les interesara,
o bien por puro placer sádico, cosa que sucedía en algunos casos.
Cuando salió Lir, yo me sentí enormemente aliviado porque ella inmediatamente
se hizo cargo de Ismael, que había recorrido
varios hogares hasta finalmente quedar a cargo de una pareja de buenos amigos
que lo trataban como a un hijo más, el más pequeño que tenían.
La etapa de prisión mía es un tema aparte que tendría que describir en un relato más extenso. De todos modos puedo contar que estábamos juntos doce
compañeros procesados al mismo tiempo en la cárcel para presos comunes de
Mercedes, en un pabellón especial para nosotros compuesto de tres celdas, baño
común, un patio de unos 15 m por 5 de ancho y una pequeña cocina techada pero
sin abertura. Nos custodiaba permanentemente un guardia militar que estaba
frente a un portón enrejado de salida del patio. Nos abrían las celdas a eso de
las 8 de la mañana y las cerraban con llave a eso de las 8 de la noche. De
noche permanecíamos encerrados cada cual en la celda que le correspondía. No
nos torturaban ni nos acosaban, así que pasábamos confinados, pero
relativamente tranquilos. Mis grandes preocupaciones fueron siempre por un lado
el cuidado de Ismael, que recorrió varios hogares sin tener uno permanente y
por otro lado el estado de salud de mi compañera.
Cuando Lir salió de su prisión y pudo ir a Mercedes inmediatamente presionó a
mi abogada, que había sido compañera mía de trabajo en el liceo local, para que
pidiera mi liberación al juez. Era el momento justo para hacerlo. Si se hubiera
hecho antes lo más posible es que los militares me habrían llevado al cuartel,
si después, habría encontrado condiciones mucho más duras y es posible que
fuera reprocesado por la así llamada "justicia militar", que no era
otra cosa que un castrense enemigo determinando cuánto tiempo más tenías que
pasar en prisión.
Lir me iba a visitar y entonces nos concedía una visita en horario especial,
fuera de los horarios normales, porque ella venía de Carmelo y no tenía ningún
bus que llegara a tiempo. Me llevaba a Ismael, que tenía entonces unos 18
meses. En esas condiciones, nos asignaban la oficina del alcaide de la cárcel
para encontrarnos y conversar. Durante una de las visitas éste nos había
ofrecido galantemente su sillón de escritorio para que pudiéramos sentar al
pequeño. Lir lo había puesto sin pañales, para descansar un poco la piel de su
cola. Se nota que Ismael quiso entonces contribuir a la lucha de la liberación
nacional, porque descargó su intestino en una cagada soberbia sobre el sillón.
Después de un par de meses luego de que mi compañera fuera liberada, un buen
día escuché el famoso "con todo", esta vez precedido de mi apellido.
En jerga carcelaria, ésto quería decir que saliera llevando todas mis cosas, en
otras palabras que me iba de la cárcel.
Mi reacción fue muy mezclada. Por un lado la esperanza de poder reunirme
nuevamente con mi mujer y mi hijo, por otro lado el temor, casi la seguridad,
de que me iban a estar esperando los militares para llevarme de vuelta al
cuartel, como solían hacer cuando algún compañero era puesto en libertad por el
juez. Me dieron mis modestas cosas: mi reloj, mi billetera, tal vez mi chaqueta
de cuero y caminé por el pasillo empedrado de la salida rumbo a los enormes
portones metálicos de la salida a la calle, con la casi seguridad de que un
jeep militar me iba a estar esperando en la vereda.
Salí a la intemperie y ...nada; no se veía ningún vehículo. Tan seguro estaba
de que me estarían esperando, que miré unos instantes en la dirección de
llegada de la calle flechada pensando que por algún motivo, vendrían
retrasados.
No podré explicar nunca el alivio enorme que sentía cuando comprobé que nadie
venía a llevarme al cuartel. Di vuelta la esquina de la cárcel como volando de
tan leve que me sentía. Hacía muchos meses que no andaba libre por la calles de
Mercedes, así que me quedé algo indeciso sobre qué rumbo tomar y caminé
entonces mecánicamente por la calle. Había andado unos doscientos metros cuando
me encontré en una esquina con mi viejo compañero de voleibol, el Negro Pedro,
que me dio un abrazo y nos pusimos a conversar en la vereda. Al poco rato se
nos une Jorge, uno de mis viejos y queridos alumnos de liceo y de atletismo.
Como era de tarde y no tenía bus para Carmelo hasta el día siguiente, Jorge me
llevó a su casa para ofrecerme una cama hasta la mañana siguiente. Nunca podré
olvidar su gesto de solidaridad. Llevarme a mí a su casa implicaba en esos
momentos un peligro claro de ser considerado sospechoso por los militares.
Al otro día la madre de Jorge me despierta temprano, me despido de los dos y
voy a tomar el bus que me llevaría a los queridos de mi pequeño núcleo
familiar,
Ya en el bus me encontré con una maestra perteneciente a una familia amiga, que
me saludó alegremente como si no pasara nada.
Llegado a Carmelo, nos sentíamos extraños los tres por una situación que no
habíamos vivido, la de estar otra vez juntos y rehacer la red de nuestras
relaciones. Pero era la vida que nos ofrecía un nuevo comienzo, con todo el
entorno como cambiado drásticamente de color por el hecho de estar marcado por
haber estado preso, por la derrota militar de nuestra organización tupamara,
por reanudar todos los contactos con amigos, familiares, colegas y alumnos.
Como a las dos semanas de mi liberación era el Primero de Mayo y Carmelo tenía
una pequeña concentración con ese motivo en un lugar abierto.
Como yo consideraba casi sagrado el Día de los Trabajadores, no podía menos que
concurrir. Fuimos los tres, con Ismael en una especie de camilla que llevábamos
entre su madre y yo de unos cordones laterales.
Apenas hacía unos minutos que habíamos llegado, cuando nos preparábamos para
escuchar la oratoria el poder policial nos frustra un promisorio festejo de los
trabajadores del mundo: llegan dos "tiras", policías vestidos de
particular y nos comunican que no podíamos estar allí...
Ricardo Ferré
Octubre de 2014