viernes, 6 de agosto de 2010

Nuestro sueño de justicia

Nuestro sueño de justicia


Foto de Héctor Rodríguez Cacheiro, Uruguay

Nosotros no queremos hacer lo mismo que los milicos; torturar a miles, violar a cientos, desaparecer a cientos, vender a los niños de nuestros hermanos milicos; nunca vamos a querer hacer la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo fratricidio...
Lo que buscamos es que aparezcan los culpables de estos delitos y que los milicos hermanos que sean inocentes, que sean redimidos.
Que los que sean considerados culpables por la justicia civil competente sean confinados en cárceles humanas, decentes, donde puedan expiar sus culpas y reeducarse, aunque sean viejos; nunca es tarde para comenzar una vida limpia.
Nunca los movimientos de izquierda torturamos deliberadamente. Es posible que los que estuvieron en las cárceles del pueblo no estuvieran en las mejores condiciones de comodidad , pero éstas eran compartidas por sus custodias y no se les podían ofrecer mejores.
Tuvimos víctimas contadas con los dedos y en general procuramos evitar derramamiento de sangre, y con los dedos de la mano, se nos ocurre en este momento uno solo, muerto a sangre fría, debemos reconocerlo.
No existe ningún militar hecho desaparecer por los movimientos de izquierda.
Jamás violamos a ninguna mujer, ni siquiera a las torturadoras; nunca se ejecutó siquiera a una de ellas.
Aun menos secuestrar a niños de nuestros enemigos, mucho menos venderlos o enajenarlos.
No conocemos ningún hecho de venganza luego de la caída de la dictadura, nuestros compañeros han mostrado una disciplina ejemplar, sin ningún acto revanchista. En todos los casos de condena a torturadores ha actuado la justicia, y ellos han tenido todas las garantías legales, abogados, fiscales y jueces competentes e imparciales.


Ricardo Ferré


lunes, 2 de agosto de 2010

Mi amigo Juan el Caciquillo parte II

Poco a poco me fui enterando de su suplicio. Primero subir al camión militar y sufrir la capucha y las manos atadas por crueles alambres. 
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De inmediato el interrogatorio. El pobre Juan tuvo la entereza de la que carecieron muchos más avezados conspiradores. Cuando le preguntaron dónde estaba cuando lo fueron a buscar contestó que estaba recibiendo clases…en lo de un profesor de derecha. El Caciquillo era consciente de que si me nombraba, me irían a buscar a mí en unos pocos minutos. Luego las preguntas en las sesiones de tortura con picana eléctrica y “submarino” o tortura de inmersión simultáneos. Los días y semanas de plantón, las golpizas tremendas. Las preguntas: “cuál es tu seudónimo en la guerrilla?, ¿quién te reclutó?, ¿cuál era tu función en la columna guerrillera? Le querían hacer firmar que pertenecía a la organización subversiva y Juan se negaba. Él se empecinaba: no era más que un simpatizante del partido de izquierda, nada tenía que ver con la guerrilla. Entonces, más se ensañaban, lo consideraban un “duro” y entonces había que lacerarlo aun más. Juan se sentía morir, quería morir, evadirse de ese tormento insufrible. En ocasiones estaba tan sin fuerzas que ni el choque eléctrico aplicado cuando tenía la cabeza en “el tacho”, lo hacía tensar y levantarse. Se quedaba con la cabeza sumergida y quería morir. Sus verdugos dudaban: unos creían que simulaba, otros que se estaba verdaderamente muriendo. Posiblemente la verdad estaba en el medio, o en las dos partes. ¿Quién puede dejar de reaccionar ante un choque eléctrico brutal en los genitales?
Un buen día lo anonadan. Llevan a enfrentarlo a una pobre chica, militante de izquierda, a quien él conocía bien del pueblo. Ella parecía un pollito mojado, totalmente acobardada, apocada, era una pobre cosa inerte y sin voluntad. Ella tampoco tenía nada que ver con la guerrilla, pero afirmó frente a los militares que lo había reclutado a Juan, que él era el encargado de preparación militar de la columna y dio como seudónimo un apodo por el que Juan era conocido por todos en su pueblo. Él se quedó mudo. No podía entender ni aceptar esta mentira. Abrumado aceptó firmar todo lo que le presentaron.

Cuando lo llevaron a bañarse finalmente pudo mirar su cuerpo como si fuera el de un extraño. Tenía las piernas tan hinchadas que le parecían balones, hematomas tremendas por todos lados, el color de su hinchada piel amoratado; dudó por momentos si podría sobrevivir en ese estado.


Luego el traslado en camión, lo bajaron a patadas y empujones con la capucha puesta, a ciegas y con las manos atadas. Pero parecía casi el paraíso luego de los tormentos sufridos en el cuartel.
Lo que no había habido tiempo de hacer, lo que quizás nunca hubiera ocurrido, lo lograron los militares: para sobrevivir la única opción válida era integrarse; se unió a la guerrilla a la que nunca antes había pertenecido y por cuya presunta pertenencia estaba preso y había sido torturado. 


Pero aún había que sobrevivir los años en el famoso Penal de Libertad. Cada día algún compañero se sumía en la enajenación o la muerte. Había que ser solidario pero tratar al mismo tiempo de salvarse, de resistir.
Había lealtades que conservar. Cuando le anunciaron que sería liberado, luego de cuatro largos años, le prometió a un compañero de su pueblo que iba a ayudar a la compañera de éste a irse del país.
Todavía la epopeya de huir de los militares; irse del país, era lo único que podía hacer, empezar la vida de vuelta en otro lado, más libre; no encontraba posibilidades reales para quedarse.
Luego de salir de la cárcel, el vértigo, el casamiento, la huída con la compañera a quien había prometido ayudar y otra pareja.


Ya pasada la frontera, cuando van a sacar pasaje para la capital del país vecino, se enteran de que necesitaban un documento expedido por las autoridades de su país.
¿Volver para atrás de la frontera a su país de origen? Era más o menos igual que volver a la cárcel. Derrotados se sientan los cinco adultos, con las dos niñas de la compañera sola, en la vereda. Sienten que un estupor de muerte los invade.
Ya desesperado Juan se acerca al guardia de frontera del país vecino y le pide un mate, viendo que lo estaba tomando.
¿
Você que é branco quer tomar cimarrao comigo que sou preto?
- Si, sí, dame un cimarrao.
El guardia negro, conmovido, mira a las niñas y concede; - Bom. dois de vocês vão procurar o papel, os outros se podem ficar.
Las dos que no tenían antecedentes fueron entonces a buscar los documentos requeridos.
Finalmente podían escapar a la capital, a la organización de refugiados de las Naciones Unidas, al exilio en el norte de Europa…, a la lucha con el idioma, con las costumbres, a salvar a su pequeña hija, a salvarse él mismo, a aprender, aprender soñando con algún día volver y redimirse frente a sus verdugos, a los que le negaron toda dignidad, todo valor, a aportar en la sociedad de su propio país, querido y temido, temido y amado, odiado en sus atormentadores, amado en sus amigos, y hermanos, y padres, y familia…


Pasaron los años de lucha con los inviernos oscuros y recluidos. Sin cuartel con los estudios, llegaron los títulos, los diplomas, los reconocimientos, y encontraron la vieja autoestima, la honradez, la limpieza; Juan conservaba esto de su esencia.
Luego llegó la añorada caída de la dictadura militar, los gobiernos civiles.
Cuando llegó la hora de volver Juan el Caciquillo, acosado entre el encono y el cariño, se vio inexorablemente expuesto a los fantasmas del pasado.

* Este relato es estrictamente cierto. Sólo hay nombres ficticios y se omite nombrar lugares.


Ricardo Ferré

domingo, 1 de agosto de 2010

Mi amigo Juan el Caciquillo parte I

Mi amigo Juan el Caciquillo

Lo había conocido antes.
Luego, los plantones al calor brutal de los días de final del verano y sus noches frescas, con los pies bien separados y las manos cruzadas detrás de la nuca, las golpizas, el fusilamiento simulado en el blanco de la ametralladora, la voz del médico del cuartel que, luego de auscultarme pronunció: “Pueden continuar.”, la colgada de un gancho en mi calabozo seguida del apretón de mis testículos,…todo esto me creó algo de bruma para algunos sucesos, cosas y personas. Pero igual recordaba a mi amigo Juan el Caciquillo. Era difícil olvidarlo jugando al fútbol en la cancha pequeña de la plaza de deportes. Jugaba fuerte pero limpio.. Trasmitía tal sensación de honestidad, de limpieza, de autoestima,…Marcaba a los rivales y apoyaba con pases a los compañeros desde una posición central, la cabeza alta y el pecho levantado.
Luego de salir de mi prisión, cuando me despidieron de mi trabajo por haber sido preso político, la familia de Juan, en gran parte por ayudarme económicamente, me lo confió para clases particulares. Siempre, aun en ellas pude observar su actitud de autoestima respetuosa.
Nunca olvidaré el día en que llamaron a la puerta de mi casa, salí a la terraza para atender y vi un jeep militar en la puerta. Hacía ya varias semanas; muchos días e incontables minutos en que los soldados habían empezado a llevarse a militantes de izquierda del pueblo, sobre todo a los vinculados con la organización guerrillera que yo integraba y por lo cual ya había estado preso. Es increíble como uno se adapta a la angustia de poder ser llevado en cualquier momento a sufrir las peores torturas imaginables. La enfermedad de mi compañera nos impedía huir, huir…. Cuando vi al vehículo militar enfrente de mi casa, y al hermano de Juan que golpeaba y que visiblemente era quien los había llevado, no pude menos de preguntar con un gesto y mis palabras simples: “¿A mí…?” El chico contestó entonces que no, que venían a buscar a Juan.
Él me vio entonces abrazar a mi compañera con quien compartíamos la zozobra de todos los minutos. “Nos salvamos,…por ahora”.



Foto de Héctor Rodríguez Cacheiro

Desde el principio habíamos pensado que si venían a buscar a alguien, iba a ser seguramente a mí.
Yo vi el temor en sus ojos, pero lo desestimé: Juan nunca había hecho otra cosa que simpatizar con el partido de izquierda opositor al gobierno. A sus 18 años, no tenía la más mínima relación con la organización subversiva.
Luego de eso ocurrió una vorágine de hechos: huimos al país vecino con mi compañera y nuestro hijo mayor de un año y medio, enfrentamos allí la lucha por sobrevivir, rodeados de agentes de los militares de nuestro país por todos lados, siempre peligrando que ellos o los comandos llamados de caza de comunistas nos liquidaran y se llevaran a nuestro hijo. En medio de estas inquietudes llegó nuestro segundo hijo, prematuro, un cachorrito minúsculo de 1,9 kg. Vivimos el compañerismo que era como abrazarnos con nuestros compatriotas y camaradas para paliar la angustia. Continuamos la huída luego de refugiarnos en las Naciones Unidas. Siguieron el enorme avión de Lufthansa que nos llevó, el alivio de que en el país de las sombra largas no éramos perseguidos para matarnos o torturarnos, la lucha por aprender un idioma extraño y difícil…
Nos llegaban de tanto en tanto los rumores de las terribles torturas sufridas por los compañeros que habían caído en el grupo de Juan. Nos enteramos de que Juan había sido ¿ procesado…?
Luego de años volvimos a reunirnos con Juan, ya mayor, ya casado. 


continuará

Ricardo Ferré